Reflexión tras mes y medio en Bolivia

Este verano un grupo de jóvenes ha participado en la experiencia Misionera con Proclade Yanapay. Uno de ellos, Martín, llego a Bolivia con la intención de permanecer unos meses más, en principio, hasta el final del curso escolar (noviembre). Desde esas tierras norpotosinas nos escribe y nos cuenta sobre lo que está viviendo:

Mes y medio ya en Sacaca, Norte de Potosí, y he podido ver con mis propios ojos y experimentar en mis propias carnes varias cosas. He visto vida donde no me la esperaba y también muerte en edades demasiado tempranas. He visto esperanza en miradas perdidas y desesperanza en las mismas. He visto desidia y conformismo, pero también ambición y prosperidad. He visto platos llenos de puro arroz y papa, pero también he visto parrilladas enteras de carne y eternas en brindis. He visto ritos de agradecimiento a la Pachamama, pero también preciosos ríos conquistados por el dios plástico. He visto bodas, bautizos, comuniones… algunas llenas de ilusión y otras vacías de sentido. He dudado de Dios, lo he negado, he querido abandonarlo y volver a casa. Pero también lo he alabado, lo he velado y lo he festejado como nunca. Si todo eso lo he vivido en solo mes y medio Aita, qué viviré en los próximos.

La experiencia de la misión no está siendo un camino de rosas, tampoco un valle de lágrimas. Lo que sí está siendo es auténtica, y esa autenticidad es la que quiero seguir viviendo y la que me está haciendo vivir en plenitud. Por otra parte, vivir en comunidad es algo nuevo para mí y creo que me está enriqueciendo. El sentimiento de fraternidad, de familia, es intenso y ayuda a vivir la fe con mayor intensidad.

Quiero aprovechar este mensaje para animar a aquellas personas que en algún momento se les pasó por la cabeza vivir la experiencia de la misión, o del voluntariado en pueblos o países vulnerados. Pues no hay un perfil definido para el misionero o misionera, y todos podemos ser útiles de una manera u otra. Sin duda, creo que vivir una experiencia como esta cambia la vida, tanto de quien la vive como de quien la recibe y acoge, por supuesto, para bien.

Tu llamada a quedarme aquí una temporada es clara, por parte de los niños y niñas, jóvenes, profes, hermanos claretianos… Me siento muy querido. Ayúdame a encontrar maneras para devolver todo ese Amor que de tus manos generosas y sin merecerlo estoy recibiendo. Aita, hazme MISIONERO.