Tolerancia, patrimonio humano

Nos estremecen las imágenes de Palestina. ¿Las veríamos con igual solidaridad si hubiera que acoger a estas personas en nuestra tierra?

Autora: Lucia Mercedes Goti (Voluntaria de Proclade Yanapay)

Si nos ceñimos al significado de la tolerancia, el que común y mayoritariamente es conocido por todas las personas, se trata de respetar, convivir con lo diferente, aceptarlo y no criminalizarlo. Ser capaces de convivir en el respeto y con una actitud inclusiva, con aquellas convicciones, culturas, personas o ideas que son diferentes a las nuestras.

Se dice que la tolerancia puede ser pecaminosa, puesto que a veces aceptamos más allá de los límites que se debe; presenciando, aceptando, normalizando situaciones, actitudes que no son merecedoras de una contemplación pasiva, sino dignas de un alzar la voz ante aquello que no debe ser pero es. Con el tiempo acostumbramos a que casi pueda ser justificada esa poca indulgencia, con argumentos que consideramos de valor, para cargarnos de razones de que no hay sitio para todas las personas en un mismo lugar.

La estructura de una sociedad tolerante sólo podemos tejerla las personas. Es algo intangible, pero de gran valor moral y social, que incluso puede ser motor vital para ciertos grupos sociales que viven en la exclusión por diversas circunstancias (socioeconómicas adversas, raza, origen o religión), haciendo propio de esos grupos sociales la delincuencia, el aprovechamiento del lugareño y hasta ser responsables de robar la paz de una presunta sociedad civilizada, tranquila y sin conflictos. Porque creemos que entre iguales nos entendemos mejor, como si lo homogéneo fuera el modelo acertado para evitar problemas.

Es sorprendente la dualidad moral que podemos llegar a tener las personas. Abogamos por el respeto, y nos encogemos cuando en medios de comunicación se nos presentan imágenes de niños y niñas, de mujeres, hombres y personas ancianas en situaciones de guerra o hambruna. Entramos en una explosión emocional de impotencia, tristeza y surge la necesidad de prestar ayuda. Sale la esencia más humana de nosotras mismas en la que quizás nos imaginamos a nosotras, nuestros hijos e hijas, o nuestros seres queridos allí. No hace tanto, pero quizás ya si lo hemos olvidado, estábamos con la guerra de Ucrania muy presente… Y es hoy, que día a día vemos las imágenes de Palestina, las cuales nos estremecen, aunque ya nos estamos acostumbrando a ver el horror. Pero, ¿veríamos todo con la misma solidaridad humana, si esas personas aterrizasen en nuestro suelo y habría que acogerlas y ayudarlas? O ¿pasarían a ser un problema migratorio? Probablemente, si esto fuera así, pasaría de ser algo que nos encoge el corazón, a algo que nos preocupa, pero por motivos bien distintos. Esa es la dualidad moral de las personas; de lejos, cuando no nos toca, nos conmueve, pero de cerca nos causa recelo e incluso rechazo.

La diversidad nutre, nos ayuda a crecer y a aprender a todas las personas de aquello que nos diferencia, pero visto sin recelos, sin reticencias, y sin ningún tipo de “peros” por raza, religión o estatus socioeconómicos.


Es la dualidad moral: situaciones que de lejos nos conmueven, pero de cerca nos causan rechazo.


La medicina contra la exclusión es la inclusión, y eso solo puede ser creado por las personas desde lo más simple, desde una mirada de igual a igual, de persona a persona. Es patrimonio creado por las personas para las personas, para la grandeza de una sociedad diversa y en paz. Es patrimonio humano única y exclusivamente. No hay máquina, aplicación o ciencia que la cree y utilice, sino que solo las personas somos capaces de crear esa tela social justa y conviviente.

La dotación de oportunidades a esas personas excluidas debe ser la herramienta de ayuda, por ellas y por nosotras mismas. Se dice que hay una cara buena y una cara mala del mundo, pero no todo se resume a una ayuda humanitaria y monetaria, sino a una ayuda humana. Todas esas personas tienen sueños y anhelos, más allá de necesidades. Y quienes afortunadamente no estamos sumidos en ese apartheid social, seamos árbol de sombra en esa incesante solana de discriminación.

No miremos lo que negativamente, se supone, nos puede producir. Nadie viene a quedarse con lo nuestro y además ¿qué se supone que es lo nuestro? Todos los colores entran el arcoíris y ¡qué bonito cuando sale!

En los valores está lo nuestro, lo de todos y todas, en la diversidad nuestro alimento y en la otra persona nuestro igual.

En el Día internacional para la tolerancia, ¡tolerancia cero con la intolerancia!


«La tolerancia es un acto de humanidad, que debemos alimentar y practicar cada día en nuestra propia vida, a fin de celebrar la diversidad que nos hace fuertes y los valores que nos unen.»

Audrey Azoulay
Directora General de la UNESCO 2019


Esta actividad está enmarcada en un proyecto financiado por la Diputación Foral de Bizkaia.