En el mes de julio un grupo de jóvenes partió hacia Bolivia y hacia la India a través de nuestro programa de Experiencias Misioneras del Voluntariado Internacional. Hoy nos han llegado noticias de su vuelta y de su experiencia vivida. Muy pronto les podremos oír.
Ongi etorri!
India:
Hilabete eta erdi ostean itzultzeko ordua heldu da. Beteta bueltatzen gara, gurekin ekartzen duguna han utzitakoarekin konparatuz askoz gehiago da. Esperientzia ezinhobea izan da. Egunerokotasunean Jainkoa gurekin egon dela sentitu dugu, euren otoitzetan zein ekintzetan.
Hizkutza, ohitura, izateko era … desberdinak izan arren, alaitasuna umeen eta hango pertsonen aurpegietan ikusteak misio berdinaren parte garela indartu egin du. Hirian zein herrian behar izan handiak ikusi ditugu baina horrek ez du euren bizitzetan eragin askorik eragiten, euren arteko harremana orekatzen laguntzen duelako. Beti laguntzeko prest daude giza balioen garrantzia azpimarratuz, irribarre batekin eta Jainkoa lagun dutela erakutsiz.
Bolivia:
Visitar la misión del norte de Potosí ha sido un auténtico regalo, en el cual he podido conocer a personas increíbles, una cultura diferente y acercarme a Dios y a la construcción de su reino.
Durante esta experiencia he podido crecer y aprender mucho más de lo esperado. Personalmente vuelvo a casa con tres importantes lecciones aprendidas: como construir el reino de Dios, la importancia del acompañamiento y, por último, la importancia de la comunidad.
Para comenzar, los primeros días en la misión leímos varias veces el pasaje de la semilla de mostaza. El reino de Dios es como un granito de mostaza, pequeñito, pero cuando crece se convierte en un gran árbol. Tras pasar unos días en Sacaca esta lectura no paraba de repetirse en mi cabeza hasta que adquirió sentido. Y es cierto luchar por el reino de Dios puede construirse con acciones aparentemente pequeñas, incluso en un pueblo en el que parece que no hay nada alrededor, pero como una de estas pequeñas acciones llegue a algún corazón puede llegar a convertirse en algo maravilloso. Puede ser que esa semilla que se planta no la veamos crecer, la construcción del reino es un proceso que necesita tiempo, pero si confiamos en Dios esa semilla seguro que dará fruto. No hay que dejar de luchar por un mundo mejor en el que estemos todos incluidos, ya que si dejáramos a alguien afuera no sería el reino de Dios. Lucha constante y con acciones grandes o pequeñas, sin perder la fe, la alegría o la esperanza de que esa pequeña semilla crecerá en algún pequeño gran corazón y estaremos un poco más cerca del Reino que todos queremos ver.
Para continuar, siempre he pensado que para transmitir nuestro amor o el de Dios había que hacer grandes acciones por el resto, pero las pequeñas acciones acaban siendo las más importantes. El acompañamiento, algo tan simple como puede ser el estar, el compartir, el preguntar o el responder curiosidades, acaba siendo lo más importante, lo que nos acerca a las personas, lo que permanece en el corazón. Lo que al final marca la diferencia no son las grandes y heroicas acciones que cambiaran el mundo de un día a otro, en un abrir y cerrar de ojos, sino el permanecer al lado de las personas, escuchar las dudas, preocupaciones o curiosidades que tengan, compartir tiempo, sonrisas y momentos, permanecer al lado de la gente y permanecer con el corazón abierto, siempre listo para dar y recibir ese amor que todos tenemos adentro. Lo importante acaba siendo la alegría con la que nos comunicamos, el interés que ponemos en los demás y las sonrisas y abrazos que compartidos. Eso es lo que se perdurará en el corazón, y lo que puede permanecerá en el recuerdo. Lo verdaderamente importante es transmitir la energía alegre y de amor que todos los cristianos tenemos, tal y como hizo María, permaneciendo siempre al lado de su hijo, comprendiendo, compartiendo y queriendo en silencio, pero con una presencia de amor, alegría y paz que hasta hoy en día seguimos admirando y celebrando.
A demás, estos días hemos tenido la oportunidad de vivir en comunidad. Una comunidad muy dispar con gente muy diferente, pero de la que he podido aprender muchísimas cosas más. Es curioso lo diferentes que podemos ser los unos de los otros, pero todos ponemos lo mejor de cada uno al servicio de los demás y al servicio de Dios. Cada uno tiene sus cualidades, sus habilidades, sus dones; conocer a todo el mundo como si fuera familia, ser alegre y optimista, nunca perder la sonrisa, comprender la cultura y a su gente, bailar con los más pequeños, saber ver las necesidades y carencias, planear como seguir construyendo, crear nuevas oportunidades…. Pero, aunque cada uno tenga unas habilidades, unas diferentes a las otras o proceda de un país con culturas completamente diferentes lo importante es lo que nos une, ese espíritu Claretiano, misionero, ese amor de Dios. La clave es reconocer las fortalezas de cada uno y fortalecerlas, crear un equipo en el que cada uno tiene su función y todas son igual de importantes para construir reino, (aunque eso no quiere decir que no se pueda bromear sobre la labor de cada uno de vez en cuando). La comunidad es vital, esos momentos que por muy cansado que estes te reúnes a la mesa para compartir, desahogarte y reírte mucho. Esos momentos distendidos relajados, son los momentos en los que recuperas energía, aprendes y ves con perspectiva todo el trabajo realizado. Sería de locos creer que se puede ser misionero en solitario, todos necesitamos compañía, esa gente que te levanta el ánimo cuando estas cansado o te cuida cuando tienes días bajos o te levanta aún más esos días en los que todo parece salir bien, esa ayuda que te guía y te acompaña, creyendo en un mismo proyecto con un objetivo en común que te hace sentir como si todos perteneciéramos a la misma familia.
Para finalizar, no puedo hacer otra cosa que no sea agradecer infinitamente a tanta gente que ha estado en este mes y durante tanto tiempo dejando semillas de mostaza. Desde todas las personas que nos han hablado de la misión durante tantos años en el colegio, la familia que siempre nos ha criado en valores y apoyado en todas las decisiones que tomábamos por el camino de Jesús, toda la gente que hace que la misión sea posible, a los misioneros claretianos por ese amor infinito que nos habéis transmitido y a todos los jóvenes y personas que han compartido con nosotros momentos inolvidables acogiéndonos como uno más y compartiendo ese amor de Dios.
Gracias por hacerme crecer, por enseñarme tanto y por hacerme creer que el reino de Dios es posible. Gracias Dios, por tanto.